Rosa Regás recordaba haberla visto en el Corte Inglés, hace unos doce años, con la cabeza rapada y el balandrán anaranjado de alguna secta oriental, y encinta a más no poder.
Tenían hábitos de estameña ordinaria y la cabeza rapada, y eran alegres y bobaliconas, y no ocultaban la emoción de estar comiendo su pitanza de cuartel en la misma mesa de una energúmena.